López, personaje central de esta novela, galardonada con el Premio Planeta 1957, dice que vivir resulta una aventura y que una buena parte de las vidas son aventuras apasionantes que no figuran en las Historias Universales, porque éstas son unos libros muy pequeños y bastante ingenuos. Este libro, pues, es el relato de una vida cualquiera con cosas extraordinarias y hasta increíbles. El autor elude el contar, y López es quien relata. «En estos veinte años —dice— he perdido la cuenta de todo lo que me falta, pero, milagrosamente, conservo ilusiones, ideales, esperanza en cosas, igual que ese náufrago que de repente, perdido todo, desnudo, y asido a una tabla, descubre que le sigue su sombrero, y hace todo lo posible por atraparlo, porque es como una noción perdida de sí mismo. Yo tengo conmigo mi sombrero. Yo soy yo. Y quiero salvarme con el viejo equipaje de mis orígenes. Por eso he escrito esto».
La paz empieza nunca tiene dos personajes centrales: uno es López, que es parte misma de una grandiosa y emocionante generación española que todo lo echó a rodar un día con la ilusión de poner este pueblo —amagado por su decadencia, su atraso, su hambre y sus odios— otra vez en pie. Y el otro es el tiempo, precisamente el que transcurre entre los años 1930 y 1950, que está fabulosamente removido por hombres originales y sucesos asombrosos.
La paz empieza nunca tiene dos personajes centrales: uno es López, que es parte misma de una grandiosa y emocionante generación española que todo lo echó a rodar un día con la ilusión de poner este pueblo —amagado por su decadencia, su atraso, su hambre y sus odios— otra vez en pie. Y el otro es el tiempo, precisamente el que transcurre entre los años 1930 y 1950, que está fabulosamente removido por hombres originales y sucesos asombrosos.