La sorpresa es un ingrediente esencial de cualquier día en la Cuba revolucionaria, y ninguno de los veintitantos personajes de esta novela va a sustraerse a lo que la revolución puede ocasionarle en pocas horas. Desde el líder máximo —el verbo—, hasta José, con sus ecos marcianos, pasando por Ignacio, prisionero de un cerco más estrecho que el de las cuatro paredes de su refugio clandestino, todos quedan sometidos a un fatalismo revolucionario en que causalidad y casualidad se confunden, mientras que el mar, testigo impasible, asiste al devenir humano.
Escrita sin el didactismo que padecen otras novelas sobre este mismo tema, el autor recurre al diálogo, a descripciones objetivas al humor —epidermis cubana—, para alejarse de un tema que de otra suerte le resultaría demasiado íntimo. La acción se centra en La Habana —ambiente y protagonista—, ciudad donde resulta peligroso caminar, porque ya no hay aceras.
Finalista Premio Planeta 1968.
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