El cacique es una narración rica en peripecias y acontecimientos, que se desarrolla en forma sumamente ágil y llena de sorpresas por lo que a la aventura individual de los personajes se refiere. Por el contrario, en lo que respecta a su fondo social, pesa, desde el primer instante en que se plantea la situación, como un halo de tragedia que desembocará en la solución fatal y previsible que viene determinada por la condición acomodaticia y mezquina de las fuerzas vivas del pueblo que es escenario único de la novela.
Luis Romero se encara con los problemas que surgen en ese pueblo en el momento en que muere un cacique que lo ha tenido dominado largos años. La narración dura poco más de treinta horas y culmina cuando, terminada la ceremonia del entierro, los hombres pusilánimes y egoístas, esas fuerzas vivas a que hemos aludido, se acercan a rendir pleitesía al nuevo cacique, que también los oprimirá y explotará a cambio de ejercer sobre ellos una vaga tutela. A través de los personajes, dibujados con el crudo y certero trazo a que nos tiene acostumbrados Luis Romero, tenemos la impresión de asistir a la disección de un cuerpo, un cuerpo social que es como una alambrada que cerca y aprieta el destino individual de esos hombres y mujeres.
El relato, fuerte, vivo, está resuelto casi enteramente por medio de diálogos ensamblados en una gran riqueza de situaciones. El sarcasmo y el vigor es tal, que llega a parecernos caricaturesco a fuerza de ser realista; y ello no porque el autor utilice la ironía como instrumento, sino porque el foco implacable de Luis Romero se proyecta sobre el desaforado e injusto vivir de un pueblo donde otro hubiera creído ver una vida idílica o, todo lo más, un pintoresquismo tradicional.
Premio Planeta 1963.
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