Cuando Harry Flashman, el cobarde más condecorado y afortunado de la época victoriana, aceptó la invitación de su viejo enemigo Tom Brown para acudir a un partido amistoso de críquet, no podía imaginarse el lío en que estaba metiéndose; sin duda, el más arriesgado de su escandalosa carrera, una lamentable aventura que le llevaría a conocer un refugio de piratas en Borneo, una guarida en Chinatown y el palacio de una chiflada reina negra, entre otros parajes igualmente edificantes. Por supuesto, si Flashman hubiese sabido lo que le esperaba, no se hubiera tomado el críquet tan a pecho.
Esta es la tercera entrega de lo que en Royal Flash el narrador describía como «la historia de un cobarde deshonesto que tiene el perverso orgullo de haber llegado a una honorable y avanzada edad, a pesar de sus vicios y su completa falta de virtud o quizá, precisamente, a causa de todo ello».
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