En Utopía de un hombre que está cansado, Borges pone en boca de un habitante del futuro las siguientes palabras: "La imprenta, ahora abolida, ha sido uno de los peores males del hombre, ya que tendió a multiplicar hasta el vértigo textos innecesarios."
Se lee poco, pero se escribe mucho. Y se publica demasiado. Si damos por bueno el argumento, difícil de refutar, podemos concluir que las contraportadas cumplen una misión higiénica fundamental: evitarnos leer lo que no nos hace falta leer. Que es casi todo. Repetimos el gesto a menudo. Una portada nos interesa por alguna razón. La mano se acerca al libro y le da la vuelta. Poco después devolvemos el volumen al anaquel.
Éste es un libro hecho de contraportadas. Cada una de las palabras que se intentan definir (sabiendo que definirlas es imposible) daría como mínimo para otro libro. Algunas para varios. Unas pocas para muchos, infinitos libros. El autor tiene la amabilidad y la sensatez de ahorrárnoslos.
La profundidad, al alcance de tan pocos, tiene un prestigio desmesurado que nos desalienta. Leer contraportadas nos convierte en seres superficiales, poco fiables para la tarea ineludible de encontrar una cura para el cáncer, pero buenos compañeros de mesa.
De todos los libros que ha escrito Risto, y probablemente de todos los que escribirá, éste es el que mejor le explica. Sentir demasiada curiosidad por lo que nos rodea quizás no sea una virtud. Indudablemente no es un defecto. Risto, como este libro demuestra, es un señor que no sabe prácticamente nada de nada, y que nos lo advierte. Pero que luego, en vez de cicuta, se bebe un gin tonic.
Toni Segarra
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